Hago la prueba.
Repito tu rosario de razones para no quererte, una y otra vez.
Las memorizo, las trituro, las desarmo y las vuelvo a armar.
Me esmero, te juro que me esmero.
Me digo a menudo que sos imprescindible.
Pocas veces me lo creo.
Si vieras el esfuerzo que pongo al intentar enhebrar un collar con tus defectos, la dedicación con que intervengo mi cerebro para que te piense un poco menos, el afán con que revuelvo las miradas ajenas esperando encontrar alguna que me conmueva.
Perdono mi insolencia por intentar conquistarte.
Retomo el hábito de pensar en singular.
Corrijo los encabezados de mis notas mentales que llevaban tu nombre.
Tacho. Recorto. Limito. Borro.
Y vuelvo a empezar.
Con este corazón amaestrado para los desencuentros, que más sabe de remiendos que de zapatitos de cristal.